La humanidad, desde los albores de la civilización, ha intentado dar sentido al concepto de justicia, creando sistemas que regulen el comportamiento y castiguen las transgresiones. En la Antigua Grecia, esta necesidad de orden se expresaba no solo en normas humanas, sino en la personificación de diosas como Temis y Némesis, que representaban conceptos profundos de equilibrio, orden y castigo. Estas figuras mitológicas no eran simples adornos culturales, sino la base de una visión del mundo donde la justicia era parte del orden cósmico e ineludible.
Con el paso de los siglos, la justicia fue dejando el ámbito de lo divino para convertirse en una institución humana, sujeta a debate, redacción de leyes y procedimientos racionales. Hoy, el Código Penal representa un conjunto de normas que buscan prevenir delitos y sancionar a quienes los cometen, pero lo hace con principios muy distintos a los del castigo divino. En lugar de la venganza inapelable de los dioses, la justicia moderna enfatiza la proporcionalidad, la defensa del acusado y los derechos humanos, reconociendo la dignidad de todas las partes implicadas. Por ello, profesionales como los abogados en Madrid de Catalá Reinón trabajan de forma conjunta con sus clientes, con el objetivo de lograr una defensa adecuada.

Este artículo propone un viaje comparativo entre la justicia en la mitología griega y la justicia contemporánea, explorando el significado de Temis y Némesis y su contraste con el sistema penal actual. En este sentido, analizaremos cómo se entendía la ley como orden cósmico, el castigo como venganza proporcional y el tránsito hacia un modelo humano, racional y garantista
Temis, el orden cósmico y la justicia como principio universal
En la mitología griega, Temis es la diosa que personifica el orden, la ley y la justicia universal. Su figura representa mucho más que leyes humanas, simboliza el equilibrio del cosmos y el respeto a un orden natural inmutable. Temis era consejera de Zeus y guardiana de las normas no escritas que regían tanto a los dioses como a los hombres. En su mano, suele portar la balanza, que se convirtió en símbolo universal de la justicia, reflejando la idea de medir con equidad y mantener el equilibrio entre fuerzas opuestas.
Para los griegos, la justicia no era solo una cuestión de leyes escritas o acuerdos entre ciudadanos, sino una fuerza fundamental que mantenía el universo en armonía. La desobediencia a Temis no solo era injusticia social, sino una transgresión contra el orden mismo del cosmos. De esta forma, el respeto a las normas se veía como un deber sagrado, cuya violación podía provocar el caos o la ira de los dioses.
En contraste, la justicia actual se ha secularizado y positivizado. Aunque aún se usa la imagen de la balanza como símbolo, hoy se entiende la ley como un producto humano, creado mediante el consenso democrático o legislativo y, por encima de todo, sujeto a reformas. Ya no se concibe como un orden cósmico inmutable, sino como un sistema flexible que debe adaptarse a los cambios sociales y proteger los derechos de las personas.
Némesis, la venganza divina y el castigo proporcional
Némesis es otra figura clave de la mitología griega que encarna un aspecto específico de la justicia, la venganza divina y la restitución del equilibrio frente a la hybris, o desmesura humana. Mientras Temis simbolizaba el orden universal, Némesis intervenía para castigar a quienes rompían ese orden con actos de soberbia, crueldad o injusticia extrema. Su función era asegurar que nadie escapara de las consecuencias de sus actos, devolviendo a cada quien lo que merecía, en un sentido casi inexorable de justicia poética.
La idea de Némesis está profundamente ligada al principio de proporcionalidad en el castigo. No se trataba de un castigo arbitrario o excesivo, sino de una respuesta ajustada a la ofensa. Su misión era impedir que los excesos quedaran impunes y recordar a los mortales que las acciones tienen consecuencias. Este concepto fue fundamental en la mentalidad griega, donde la venganza no se veía simplemente como rabia personal, sino como un deber casi moral para restaurar el equilibrio roto por el delito.
Hoy, aunque la idea de proporcionalidad sigue siendo un principio esencial del derecho penal, su aplicación se ha racionalizado y despersonalizado. El castigo ya no es la venganza de un poder divino, sino una sanción impuesta por el Estado mediante un proceso legal con garantías para el acusado. El objetivo no es solo retribuir el daño, sino también prevenir delitos y rehabilitar al infractor.
El paso de la justicia divina a la justicia humana institucionalizada

El tránsito de la justicia concebida como un mandato divino a un sistema humano e institucionalizado es uno de los mayores avances en la historia del derecho. En la Grecia antigua, incluso cuando surgieron instituciones como el Areópago o los tribunales atenienses, la idea de justicia seguía estando impregnada de religiosidad y mito. Los juicios más famosos, como el de Orestes tras el asesinato de su madre, se resolvían con la intervención de dioses o con apelaciones al orden cósmico, simbolizando la transición de la venganza familiar a un juicio colectivo.
Con el tiempo, las sociedades fueron separando la justicia de la esfera religiosa, confiando su ejercicio a las autoridades humanas designadas. El desarrollo del derecho romano, la codificación medieval y los sistemas modernos consolidaron esta transformación, reemplazando la arbitrariedad y la venganza con normas escritas, procedimientos públicos y jueces imparciales. Este cambio no eliminó la idea de proporcionalidad en el castigo, pero la vinculó a criterios objetivos, reduciendo la influencia de la pasión, la ira o la voluntad de dioses caprichosos.
El Código Penal moderno – Garantías, proporcionalidad y derechos humanos
El Código Penal moderno es la expresión más clara de cómo ha evolucionado la justicia desde sus raíces míticas hasta convertirse en un sistema racional y garantista. A diferencia del castigo divino e implacable de Némesis o de las leyes no escritas de Temis, el derecho penal contemporáneo está basado en normas claras, públicas y accesibles. Su objetivo no es solo castigar, sino prevenir delitos y proteger el orden social, estableciendo sanciones proporcionales y adecuadas al daño causado.
Una de las principales características del derecho penal actual es la existencia de garantías procesales para el acusado. Los principios como la presunción de inocencia, el derecho a la defensa, el juicio público y la revisión por tribunales imparciales reflejan un cambio profundo respecto a la arbitrariedad de la justicia mítica. Estas garantías buscan evitar errores judiciales y abusos de poder, asegurando que la sanción sea producto de un debido proceso y no de la venganza o la emoción descontrolada.
Además, el derecho penal moderno está influido por los derechos humanos, que imponen límites a las penas y prohíben tratos crueles o inhumanos. El principio de proporcionalidad, heredero lejano de Némesis, se mantiene como base esencial, pero se interpreta de forma más flexible y humana, teniendo en cuenta la rehabilitación y reinserción del infractor. Por tanto, el Código Penal actual representa un triunfo de la razón sobre la venganza, del debate democrático sobre el castigo divino, y de la dignidad humana sobre el miedo al castigo ineludible de los dioses.