En este momento estás viendo Anemoi: Los dioses del viento

En la antigua mitología griega, la danza incesante de los vientos cobraba vida a través de los Anemoi, divinidades que personificaban la fuerza y dirección de los elementos atmosféricos. Estos dioses, representados como figuras aladas, encarnaban la esencia misma del viento y su influencia en los acontecimientos del mundo antiguo. De esta manera, los Anemoi, hijos de Eos (la aurora) y Astreo (el titán de la noche), surcaban los cielos y moldeaban los paisajes con sus alientos impetuosos.

Estos dioses alados influían no solo en la dirección del viento, sino también en el devenir de la vida cotidiana, navegaciones y eventos míticos. Sus mitos entrelazaban la fuerza indomable de los elementos con la intervención divina, conformando relatos de tempestades y calmas, de brisas benevolentes y ráfagas destructivas. En este artículo, exploraremos las historias y roles de estos dioses del viento, su presencia en la mitología griega y su significado en la cosmovisión de esta antigua civilización.

¿Qué son los Anemoi?

Los Anemoi, término derivado del griego para referirse a los «vientos», ocupaban un lugar destacado en la mitología griega como divinidades responsables de los distintos vientos que soplaban desde los puntos cardinales. Estos dioses del viento estaban estrechamente ligados a las estaciones y a los diversos estados meteorológicos que influían en la naturaleza y en la vida cotidiana. Personificaban tanto la fuerza como la dirección de los vientos, manifestándose en ocasiones como simples ráfagas de aire y en otras como seres alados, a menudo representados con características humanas.

Estas deidades divinas, aunque vinculadas con los puntos cardinales, no solo estaban bajo el dominio de Eolo, el señor de los vientos y gobernante de la isla de Eolia, sino que también otros dioses, especialmente Zeus, ejercían su autoridad sobre ellos. Cada Anemoi controlaba un viento específico y, por ende, una dirección cardinal: Bóreas del norte, Noto del sur, Euro del este y Céfiro del oeste. Su influencia se extendía más allá de la mera dirección del viento, moldeando la climatología, la navegación y hasta los mitos que envolvían a la vida diaria de los griegos antiguos.

Bóreas

Bóreas, el imponente dios del viento del norte, personificaba la fuerza y el frío invernal que descendía sobre la tierra. Descrito a menudo como un anciano alado con barba y cabellera desordenada, Bóreas portaba una caracola y vestía una túnica tejida con nubes, símbolos de su poder y dominio sobre las ráfagas invernales que congelaban la naturaleza. Aunque algunos relatos mencionan que tenía serpientes en lugar de pies, suele ser representado con pies humanos, calzados con coturnos.

Sus lazos con los caballos eran legendarios; se decía que engendró doce potros al adoptar la forma de un semental, fruto de su unión con las yeguas de Erictonio, rey de los dárdanos. Estos corceles poseían la velocidad del viento, pudiendo correr por campos de trigo sin dañar las espigas. Además, Bóreas también se destacó por el rapto de Oritía, una princesa ateniense, con quien tuvo hijos. Esta acción vinculó a Bóreas con los atenienses, quienes le atribuyeron la salvación de su ciudad de las amenazas persas, rindiéndole homenaje con un altar a lo largo del río Iliso.

Noto

Noto, el viento del sur, se erguía como una deidad ligada al cálido y reseco viento del verano. También conocido como Νότος en la antigua Grecia, se asociaba con el arribo del abrasador viento caliente proveniente de la salida de Sirio después del solsticio de verano. Era temido por su capacidad destructiva, ya que se creía que sus vientos traían consigo las tormentas que marcaban el final del estío y el comienzo del otoño, comprometiendo las cosechas y sembradíos.

S equivalente en la mitología romana era Austro, representando el siroco, portador de densas nubes, niebla y humedad. La llegada de este viento seco y caluroso traía consigo la preocupación de los agricultores, ya que su impacto podía ser devastador para los cultivos. De esta forma, al desatar su furia en el final del verano y el inicio del otoño, marcaba un período de cambios y preparativos para las comunidades agrícolas.

Céfiro

Céfiro, el dios del viento del oeste, habitaba en la mitología griega como el gentil soplo que traía la suave primavera y la gracia de la fructificación. Hijo de Astreo y Eos, o alternativamente de Gaia, este viento, conocido como Ζέφυρος (Zéphyros), se distinguió como el más benigno entre sus pares, esparciendo con sus alas la frescura de las estaciones y la fragancia de las flores. Este ser alado, habitante de una cueva en Tracia, desempeñaba múltiples roles, desde ser el más veloz entre los vientos hasta ser un amoroso y apasionado esposo.

Sus romances con diferentes deidades y ninfas eran motivo de leyendas; se le relaciona con Cloris, otorgándole el dominio de las flores y engendrando a Carpo, la personificación de la fruta. También se le atribuyen uniones con la arpía Podarge, dando vida a los célebres caballos Balio y Janto, así como a otras criaturas míticas como los tigres. Sin embargo, uno de sus relatos más trágicos es el de Jacinto, el apuesto príncipe espartano, cuyo trágico destino involucra la rivalidad amorosa entre Céfiro y Apolo. Sus celos llevan a un fatídico accidente con un disco que termina con la vida del joven, convirtiéndose en la esencia de la flor que lleva su nombre.

Representado como un joven alado y semidesnudo, Céfiro emergió como el símbolo de la suavidad y la prosperidad primaveral, su presencia adornaba los paisajes con suaves flores y renovadas esperanzas. Su culto se manifestaba en templos como el de Rodas y el Ática, y su legado perdura en la mitología romana bajo el nombre de Favonio, el custodio de las plantas y las flores.

Euro

Euro, la deidad del viento que personificaba la infausta brisa del este, se encontraba en la mitología griega como el portador de tempestades y aguaceros. Su existencia ha sido motivo de discusión entre eruditos, algunos sugieren que representaba el viento del sureste, mientras que otros argumentan que encarnaba el viento del este, lo que ha generado interpretaciones diversas sobre su naturaleza. Sea como sea, su función era traer consigo tormentas feroces, desatando mares embravecidos y enviando barcos a la deriva durante sus travesías.

Se le asociaba con vientos cálidos, sin embargo, no se le vinculaba directamente con alguna estación específica de las antiguas estaciones griegas, que tradicionalmente se contaban como tres. En cuanto a la representación, su símbolo más característico era una vasija invertida que derramaba agua, representando su relación con las lluvias y su poder sobre los elementos acuáticos. En la mitología romana, su contraparte era Vulturno, quien originalmente era una deidad fluvial tribal asociada con el río Tíber.

Los vientos menores (Anemoi Thuellai)

Los Anemoi Thuellai, también conocidos como los vientos de tempestad, constituían un conjunto de cuatro dioses menores del viento en la mitología griega. En su origen, se creía que eran seres malvados y violentos, surgidos de la creación del monstruoso Tifón, equiparables en masculinidad a las arpías, también llamadas thuellai. Estos cuatro vientos estaban asociados con direcciones específicas y cumplían roles particulares:

  1. Cecias era el dios-viento del noreste, encargado de desencadenar granizadas. Su representación lo mostraba como un anciano alado, vestido con túnica y descalzo, sosteniendo un escudo lleno de granizo.
  2. Apeliotes, el dios-viento del sureste, era responsable de soplar el viento que maduraba las frutas y el trigo, vinculándose también al viento del otoño. Se le describía como un joven alado, sin barba, llevando frutas y granos.
  3. Coro, el dios-viento del noroeste, se asociaba con el viento frío y seco, marcando el inicio del invierno. Iconográficamente, era representado como un anciano alado, desordenado, portando una vasija de bronce con cenizas.
  4. Libis, el dios-viento del suroeste, tenía menos claras sus funciones dentro de la mitología griega. Se le representaba como un joven alado, vestido con túnica, dirigiendo un timón de una nave.