En este momento estás viendo Pan: Dios de los pastores, rebaños y la sexualidad masculina

La icónica deidad pastoral conocida como Pan es conocida como el guardián de las colinas y los bosques, así como el protector de rebaños, un ser mitad hombre, mitad cabra, cuyo nombre evoca los susurros de la naturaleza misma. Pan, cuyo reino abarca los paisajes montañosos y los frondosos bosques de la antigua Grecia, encarna la sabiduría y la energía vital que fluyen en la naturaleza.

Con sus piernas de cabra y su característica albanega, la trampa para liebres, este dios toma forma en lo salvaje y lo armonioso, entretejiendo la música con su magia y su siringa, la flauta que lleva su nombre. En los ecos de su legado resuena el misterio de su vínculo con la sexualidad masculina, una conexión sutil pero potente. Pan, símbolo de fertilidad y deseo, encarna la dualidad entre lo salvaje y lo civilizado, entre lo terrenal y lo divino. Así pues, conozcamos todo lo relacionado con la leyenda de Pan en la mitología griega.

Origen y personalidad de Pan

En la maraña de relatos que convergen en su origen, Pan emerge como hijo de Hermes, el veloz mensajero de los dioses olímpicos. Sin embargo, su madre, una ninfa de los bosques, o incluso Penélope, la leal esposa de Odiseo, se desdibujan entre las tramas mitológicas. Pan nació con una apariencia singular: miembros inferiores de cabra, cuernos imponentes y una densa capa de pelo que cubría su cuerpo. Esta peculiaridad marcó su entrada al Olimpo, donde su presencia inusual lo convirtió en el centro de burlas entre los dioses.

A pesar de su aspecto, Pan logro desplegar sus encantos sobre mortales y ninfas, tejiendo amores y leyendas. Su corazón latía con intensidad por la ninfa Pitis, cuyo destino quedó marcado por los celos de Bóreas. La tragedia de este amor se selló cuando Bóreas, envuelto en envidia, arrojó a Pitis desde las alturas. Gaia, compadeciéndose de su dolor, transformó su ser en un pino, otorgando a Pan las hojas del árbol y haciendo que el pino susurre en el viento, lamentando la aflicción de Bóreas.

De esta manera, sus amores (incluyendo también a figuras como Siringa y Selene) fructificaron en una descendencia diversa y mítica; desde los doce panes, sátiros menores colaboradores de Dioniso, hasta progenies con nombres como Croto, Acis, Eurimedonte, Creneo y Sileno, cada uno ligado a un relato único que continúa alimentando la riqueza de la mitología.

Rol dentro de la mitología griega

El dominio de Pan abarcaba desde la tierra fértil hasta los límites de la virilidad, donde el bullicio de sus correrías por los bosques buscando conquistar a ninfas y doncellas llenaba los relatos mitológicos. Similar a Dioniso en muchos aspectos, Pan desplegaba su potencia y adicción sexual, seduciendo a aquellos que cruzaban su camino. Como habitante de las brisas del amanecer y atardecer, encontraba su refugio en la gruta Coricia del Parnaso, rodeado de ninfas y otras criaturas.

No obstante, el temperamento de Pan no carecía de ferocidad; durante sus siestas, no se toleraba perturbar su sueño, ya que despertar al dios resultaba en su ira. Era capaz de inspirar tanto terror que dio origen a la palabra «pánico», pues su influencia se extendía a los ejércitos, en los que sembraba el miedo entre los soldados. En la batalla de Maratón, su presencia, según la leyenda, hizo huir a los persas, ganando un altar en Atenas como agradecimiento por su auxilio en momentos desfavorables.

El mito de la invención de la flauta

Siringe, la hermosa dríada que acompañaba a Artemisa en sus cacerías, se convirtió en objeto de deseo para el dios Pan, pero al intentar seducirla, ella, llena de pavor, huyó de su presencia. Durante la carrera, Siringe imploró ayuda a los dioses para escapar de Pan, y cuando parecía ser alcanzada por él, pidió auxilio a Ladón, dios del río. En un giro mágico, se transformó en juncos que crecían a orillas del río Ladón, desconcertando a Pan al alcanzar solo los juncos en su abrazo.

Desolado, Pan, sentado junto al río, escuchó la suave melodía que brotaba de los juncos mecidos por el viento. Inspirado, cortó y unió varios juncos a distintas alturas, formando así la primera flauta de la historia, la siringa, en honor a la dríada. Esta flauta, que resonaba con los susurros del viento, marcó un nuevo comienzo en la música. De hecho, algunos relatos sugieren que la flauta de Hermes entregada a Apolo a cambio de dones divinos no era más que una emulación de la siringa de Pan, abandonada en un campo mientras él desistía en su intento de devolver a Siringe a la vida humana.

Culto del dios Pan en la Antigua Grecia

En Atenas, tras la batalla de Maratón, se elevó a Pan al estatus de uno de los grandes dioses reconocidos por el estado. Una gruta en la vertiente norte de la Acrópolis se consagró en su honor, donde se llevaban a cabo ceremonias y se celebraba anualmente una fiesta con carreras de antorchas. Esta conexión directa con la victoria en la batalla consolidó su importancia en la esfera religiosa de Atenas.

Los montes Ménalo, Lampea y Nomia, en la región de Arcadia, también estaban consagrados al dios Pan. En particular, Licosura albergaba un santuario oracular dedicado a él. Las cuevas, especialmente la cueva Coricio en el monte Parnaso y la cueva de Vari en el Ática, eran sitios vinculados con la adoración a Pan y las ninfas. Los rituales incluían ofrendas de animales, como cabritos, cabras u ovejas, realizadas por pastores como muestra de veneración al dios de la fertilidad y los rebaños. Además, se hacían ofrendas votivas de figurillas de pastores de arcilla, vasijas, lámparas y, curiosamente, hasta saltamontes de oro.

A lo largo de la historia, sus representaciones artísticas mostraban una evolución, desde ser representado completamente como una cabra hasta tener una parte superior humana con cuernos, acompañado frecuentemente por ménades y sátiros en la cerámica de figuras rojas. De hecho, en el periodo helenístico, dicha popularidad creció, siendo reconocido como un dios universal, juego de palabras con la palabra «pan», que significa «todo» en griego.