La Guerra de Troya ha perdurado a lo largo de los siglos como un relato legendario que fusiona mito y realidad en un escenario colosal de conflicto, poder y destinos entrelazados. Esta épica batalla, retratada en la Ilíada y la Odisea, dos de las obras maestras de la literatura atribuidas a Homero, se ha arraigado en el imaginario colectivo, delineando la identidad y la narrativa de la antigua Grecia. En este enfrentamiento bélico, los muros de Troya, situados en Anatolia, resistieron tenazmente los embates de los guerreros aqueos, liderados por los legendarios héroes y dioses, que forjaron un relato de valentía, intrigas y pasiones inmortales.
La disputa por la veracidad de esta contienda ha sido el epicentro de debates históricos y arqueológicos. Aunque los relatos mitológicos se entretejen con posibles vestigios históricos, las excavaciones arqueológicas, encabezadas por figuras como Heinrich Schliemann, y el análisis de documentos antiguos han sugerido la existencia de un núcleo histórico en torno a la ciudad de Troya. A pesar de la neblina que rodea esta historia, la guerra de Troya ha sabido definirse como un evento que ha moldeado la cultura, la literatura y el imaginario colectivo. Así pues, pasemos a conocer todos los detalles acerca de la Guerra de Troya dentro de la mitología griega.
Elementos más destacados los ejércitos participantes
El contingente griego, liderado por Agamenón, amalgamó la fuerza de varios reinos y ciudades, una combinación de valientes provenientes de Beocia, Fócida, Eubea, Atenas, Argos, Corinto, Arcadia, Esparta, Cefalonia, Creta, Rodas, Magnesia y las Cícladas. Este vasto conglomerado no tenía un número preciso, Homero poéticamente aludió a ellos como «tantos como hojas y flores en primavera», evocando su abundancia.
Entre los guerreros griegos resplandecieron héroes míticos, semidioses que, en su linaje, entrelazaban lo divino y lo humano. Aquiles, Ulises (Odiseo), Áyax, Diomedes, Patroclo, Antíloco, Menesteo e Idomeneo fueron nombres que resonaron con el eco de la valentía y el coraje en el campo de batalla. Los dioses del Olimpo, desde Atenea y Poseidón hasta Hera y Hermes, se alinearon para respaldar a sus elegidos entre los guerreros griegos, protegiéndolos y desviando peligros.
Del lado troyano, bajo el mando de Príamo, una alianza diversa se congregó para defender la ciudad. Aliados como carios, halizones, caucones, cicones, licios, maionios, misios, paionios, paflagones, pelasgos, frigios y tracios se unieron en una defensa férrea. Entre los troyanos, la estirpe semidivina se manifestó en figuras como Héctor, Eneas, Sarpedón, Glauco, Forcis, Polidamante y Reso. La intervención divina también se hizo sentir, con Apolo, Afrodita, Ares y Leto brindando su respaldo en los momentos cruciales del conflicto.
Origen e inicio del evento
Zeus, temeroso de una profecía que señalaba su eventual destronamiento a manos de uno de sus hijos, observó otra predicción que auguraba que un hijo de Tetis, la ninfa marina, sería más grande que su propio padre. Para prevenir esta posibilidad, Zeus orquestó el matrimonio de Tetis con un mortal, Peleo, rey entre los humanos. De esta unión nació Aquiles, destinado a morir joven en Troya.
La polémica manzana de oro marcó el inicio de la discordia entre diosas y desencadenó un enfrentamiento celestial. Eris, no invitada a la boda de Peleo y Tetis, dejó la manzana inscrita con la palabra «para la más hermosa», desencadenando la disputa entre Hera, Atenea y Afrodita. Para resolverlo, Paris, príncipe troyano, fue el elegido como juez. Las diosas, ansiosas por obtener el título de la más hermosa, intentaron sobornar a Paris: Atenea prometió victoria en la batalla, Hera poder político y Afrodita, el amor de Helena, la mujer más bella, hija de Zeus, según Homero.
Finalmente, Helena, quien estaba casada con Menelao de Esparta, fue el epicentro del conflicto. Su rapto o seducción por parte de Paris desencadenó la llamada de los reyes griegos para rescatarla y castigar a Troya. La guerra, en parte impulsada por el deseo humano y el peso de la honorabilidad, también tuvo implicaciones políticas y económicas debido a la importancia estratégica de Troya en las rutas comerciales del Mediterráneo oriental.
Muerte de Aquiles en la Guerra de Troya
La muerte de Aquiles inicia con la pérdida de su querido amigo Patroclo, lo que desato una furia indomable en el corazón de aquel guerrero. Consumido por la rabia y el dolor, el héroe juró venganza contra los troyanos, especialmente contra el valiente Héctor, el orgullo de la ciudad. Luego de recibir una nueva armadura de su madre, Tetis, forjada por el dios artesano Hefesto, y compuesta por bronce, estaño, plata y oro, este se vio cubierto con magnificencia y poder.
Sin la moralidad como atadura, Aquiles causó un pánico masivo, obligando a los enemigos a refugiarse tras las murallas de Troya. Solo Héctor se mantuvo en el campo de batalla, pero el temor lo llevó a huir. Aquiles, en su búsqueda, persiguió a Héctor tres veces alrededor de las murallas de la ciudad. Finalmente, atrapó al príncipe troyano y lo mató brutalmente, arrastrando su cuerpo atado a su carro, un acto deshonroso que desafiaba las reglas de la guerra.
Más tarde, cuando el rey troyano Príamo, disfrazado, imploró a Aquiles que le devolviera el cuerpo de su hijo para un entierro digno, el héroe, a pesar de su resistencia inicial, accedió al ruego del anciano y permitió el retorno del cuerpo de Héctor a Troya. Aquiles lograría enfrentar y derrotar a poderosos aliados troyanos, como la amazona Pentesilea y Memnón de Etiopía. Sin embargo, su propia muerte fue inminente; en la versión más conocida, cayó por una flecha en su talón lanzada por Paris y dirigida por Apolo, mientras que en otra, fue asesinado en una emboscada en el templo de Apolo Timbreo por Paris con ayuda de Deífobo.
El descenso a la locura de Áyax
Tras la muerte del gran héroe Aquiles, Odiseo y Áyax compitieron por la posesión de su imponente armadura. El vencedor de esta disputa fue Odiseo, lo que sumió a Áyax en un estado de profunda ira y desesperación. La derrota en la contienda por el legado de Aquiles fue un golpe devastador para la autoestima y el orgullo de Áyax. Su rabia y su frustración, alimentadas por el deseo de poseer ese símbolo de poder y grandeza, lo llevaron al borde de la locura. En su furia cegadora, Áyax hizo un juramento imprudente de matar a sus compañeros griegos.
Sin embargo, la tragedia tomó un giro más oscuro cuando Atenea, la diosa de la sabiduría y la guerra, le infundió una crisis de demencia. Atormentado por la locura, Áyax perdió el contacto con la realidad y, en un estado de confusión, creyó que los animales de ganado eran sus compañeros de armas griegos. En su delirio, comenzó a masacrar a estas criaturas, incapaz de distinguir entre seres humanos y animales.
Tras este episodio trágico, Áyax recobró la razón y se dio cuenta horrorizado de la atrocidad que había cometido mientras estaba bajo el influjo de la locura. El peso de lo acontecido, la vergüenza y la desesperación lo abrumaron. Consumido por el peso de su deshonra y sufrimiento, se entregó al dolor y la desesperación, y en un acto de profundo pesar, decidió poner fin a su propia vida, cayendo sobre su propia espada.
Las condiciones para terminar la Guerra de Troya
Calcante, el vidente, predijo que la captura de Troya solo sería posible si se cumplían ciertas condiciones fundamentales. Una de estas condiciones cruciales era recuperar las famosas flechas de Heracles, en posesión de Filoctetes, cuya participación y legado eran vitales para el desenlace de la guerra. Liderados por Odiseo y Diomedes, lograron traer a Filoctetes quien, armado con sus flechas, desempeñó un papel esencial al matar a Paris, vengando así la muerte de Aquiles y cumpliendo un destino crucial en el conflicto.
Esto desencadeno una disputa por el nuevo esposo de Helena de la muerte de Paris, entre Deífobo y Héleno, lo que desemboco en una revelación crucial. Héleno, apartado de la elección, tenía un conocimiento vital sobre los oráculos que protegían Troya. Los griegos lo capturaron y lo forzaron a revelar las condiciones para la caída de la ciudad. Según él, tres condiciones debían cumplirse para tomar Troya:
- Primero, traer los huesos de Pélope, un ancestral significativo.
- Segundo, robar la estatua de Palas Atenea, conocida como Paladio, un ícono de protección troyana.
- Y tercero, la participación en la guerra de Neoptólemo, el hijo de Aquiles. Los griegos, determinados a cumplir estas profecías, emprendieron acciones decisivas.
Localizaron a Neoptólemo en la isla de Esciros y lograron convencerlo para que se uniera a la guerra. Además, consiguieron obtener los huesos de Pélope y robar la estatua de Palas Atenea de Troya, desmantelando así las protecciones míticas que envolvían a la ciudad. Estas acciones fueron cruciales para allanar el camino hacia la caída de Troya. El cumplimiento de estas profecías marcó un punto crucial en la guerra, permitiendo a los griegos preparar el terreno para su asalto final y la anhelada toma de Troya.
El legendario «Caballo de Troya»
Después de una década de asedio y sin lograr tomar la ciudad, los griegos idearon un astuto plan para penetrar las murallas de Troya y finalmente poner fin al conflicto. Bajo la dirección de Odiseo y con la construcción del colosal caballo de madera por Epeo, los griegos fabricaron una artimaña. Simulando retirarse, dejaron este inmenso caballo como una aparente ofrenda a la diosa Atenea. Dentro de esta estructura hueca se ocultó un grupo selecto de soldados griegos.
Sin embargo, para asegurarse de que los troyanos aceptaran el caballo como un regalo, eligieron a Sinón, un espía griego, para que permaneciera en las cercanías de la ciudad y explicara una versión engañosa: afirmaba que los griegos habían dejado el caballo como un símbolo de rendición y que si los troyanos lo introducían en la ciudad, les traería buena fortuna.
A pesar de las advertencias de Laocoonte y Casandra, dos figuras que desconfiaban de este obsequio, los troyanos llevaron el caballo a su interior y, sumidos en la celebración por lo que creían era la victoria, se entregaron al festín y la embriaguez. En la noche, los soldados griegos ocultos dentro del caballo emergieron sigilosamente, abrieron las puertas de la ciudad y permitieron el regreso del ejército griego que fingía haberse retirado. La ciudad estaba en un estado de desprotección total mientras sus habitantes dormían o festejaban.
El resultado fue el saqueo sin piedad de Troya. Los griegos masacraron a gran parte de los troyanos, prendieron fuego a la ciudad y se dedicaron al pillaje y la esclavización. Actos atroces como la ultrajante violación de Casandra por Áyax el Menor y el asesinato de Príamo, el rey de Troya, marcaron la culminación de la tragedia. No obstante, la derrota de Troya tuvo consecuencias trágicas no solo para los vencidos, si no también para los vencedores. Los dioses castigaron a los griegos con tormentas en el mar durante su regreso, hundiendo muchos de sus barcos y provocando la muerte o el sufrimiento de aquellos que lograron retornar a casa.